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PRISMA, o una luz que se desdobla en colores andinos
por Daniel Cueto
“Prisma” fue mi primera composición para flauta sola, un proyecto íntimo que se dio en un momento coyuntural dentro de mi carrera como flautista y compositor peruano. Este proyecto empezó en el año 2010, momento en el cual me encontraba estudiando la especialidad de flauta en el Conservatorio Robert Schumann en Düsseldorf, Alemania.
A mis 22 años de edad, mi día a día estaba enfocado en la meta de convertirme en flautista profesional; dedicaba mis horas a estudiar escalas, solos de orquesta, los Conciertos de Mozart y las Sonatas de Bach. Mis mentores – Michael Faust y André Sebald – eran solistas de las más importantes orquestas de la región, y confiaban en mis habilidades. Pero ya por ese año, empezaba a sentir cómo el sueño de ser flautista, el que me había llevado a dejar mi país a los 19 años rumbo a Europa, empezaba a ser coloreado por uno más profundo, más íntimo: un naciente deseo de encontrar mi propia música.
Diversos factores, creo yo, contribuyeron al inicio de este impulso creativo que yo iba sintiendo con cada vez más claridad. Estando en Alemania, lejos de mi país, sentía la necesidad de comprender más a fondo mi identidad como músico peruano. En el nuevo medio musical en el que me movía, nadie conocía la música de mi país; ninguno de mis compañeros flautistas tenían obras de inspiración peruana en su repertorio.
Las obras de Villalobos, Piazzolla y Halffter – todos compositores iberoamericanos – son parte normal del repertorio flautístico en los conservatorios alemanes, pero la música peruana no tiene representación. Nuestra producción nacional tampoco es muy grande comparada con la de algunos países hermanos; recuerdo haber escuchado, en los Simposios de Flautistas organizados por César Peredo en Lima, a flautistas mexicanos y venezolanos tocando recitales con obras nacionales de diversos siglos. Había un vacío, algo que llenar.
Y al sentirme lejos, quise hacer algo por responder a esta carencia, y a estas preguntas que yo me hacía incesantemente; tal vez podría ayudar a cerrar esta brecha, y tal vez podía – al no verme representado en lo que existía a mi alrededor – inventar algo propio para, por fin, tener algo en lo que pudiera verme reflejado.
Después de escribir lo que considero mi primera composición formal – mi “Dúo para Flautas”, del 2009 – me sentía listo para abordar un reto que tenía en mente hacía ya un tiempo: escribir mi primera obra para flauta sola.
Mi deseo era que fuera una obra virtuosa, un reto técnico y musical para cualquier intérprete. Siendo yo flautista, conocía en carne propia el universo de posibilidades virtuosas de nuestro instrumento; había ejecutado – y vivido intensamente – obras como el Concierto de Ibert y la Sonatine de Dutilleux.
Quería que mi nueva obra tuviera algo de ese universo virtuoso, ese mundo de gestos amplios y brillantes. Pero, para perseguir la pregunta fundamental que me daba aliento como compositor, sabía que este virtuosismo debía estar al servicio de un lenguaje que fuera mío, un lenguaje inspirado en la música tradicional de mi país.
Las obras peruanas para flauta que conocía, aunque pocas, fueron una importante influencia en mi naciente estilo. Mi maestro César Peredo, en su “Fantasía del Calahuayo”, había creado una fantasía virtuosa sobre un tema tradicional de Puno, con una sección rítmica muy atractiva que imita el rasgueo del charango (un pequeño laúd andino).
Celso Garrido-Lecca escribió su maravilloso “Soliloquio” con un lenguaje mucho más vanguardista, pero delatando una fascinación tan íntima, tan personal por los intervalos y los giros melódicos de la música tradicional andina. Yo había tocado ambas obras muchas veces, y decidí que mi solo buscaría explorar un lugar intermedio entre estos dos lenguajes; una pentafonía a veces simple, a veces influenciada.
Entonces, sabía que estaba por escribir una obra virtuosa, andina y contemporánea. ¿Pero cómo empezar? ¿Cuál sería el primer impulso? Necesitaba un motivo, una idea. Un día, explorando los “Estudios Tanguísticos” de Astor Piazzolla, encontré un momento musical que me cautivó. El segundo Estudio, bajo la indicación de “Anxieux et rubato”, comenzaba con un gesto curioso, poco utilizado en el repertorio de la flauta.
Una nota larga, seguida por un arpegio rápido descendente, luego otra nota sostenida, otro arpegio efímero hacia abajo. Este patrón tan sencillo, “circular”, que podría repetirse hasta el infinito, me llevó a construir una melodía propia basada en él, que funciona como elemento propulsor de la historia en toda la primera parte de “Prisma”:
Como siguiente idea, necesitaba una contraparte a este ostinato melancólico, reflexivo, sostenido. ¿Tal vez otro ostinato, pero de carácter contrastante? En un guiño a “Recuerdos del Calahuayo”, busqué la inspiración en el rasgueo rítmico de las cuerdas en el género del huayno, uno de los bailes más difundidos en los Andes.
Me pareció interesante la idea de contraponer la base rítmica, ese puro ímpetu del baile, con fragmentos melódicos basados en un huayno tradicional muy conocido, el “Mambo de Machahuay”. Este huayno – de autoría incierta – lo había tocado yo muchas veces en su versión original, y contaba mi abuela que esta misma canción era la predilecta de mi abuelo, Carlos Cueto Fernandini, quien fue Ministro de Educación y gran entusiasta de nuestras tradiciones culturales.
Nunca pude conocer a mi abuelo, pero esta melodía nos liga. En “Prisma”, utilizo extractos de ella en contraparte con el rasgueo, y la tensión de ese contraste hace que la música se propulse hacia las alturas del registro y hacia armonías cada vez más complejas, alejándose sistemáticamente de la pentafonía original:
Había encontrado un balance al confrontar dos ideas contrastantes, dos células que parecían autopropulsarse e iban forjando sus propios trayectos. ¿Cuál sería la síntesis de todo esto? ¿Cómo terminaría esta historia?
Encontrar un buen final siempre es un reto, y cada obra pide una conclusión diferente. Un buen final, dicen algunos, es “lógico, pero sorprendente”. Pensé: y si la obra terminara con el mismo gesto circular, hipnótico, con el que empezó? No sería una repetición exacta, ya que lo que había ido sucediendo a lo largo de la obra dejaría una influencia indeleble en el motivo mismo.
Pero pensé que este gesto constante, eterno, se prestaría para un final que tal vez, poco a poco, se va yendo, se va evaporando. Si “Prisma”, como lo escribí en la edición publicada por la editorial Filarmonika, es “la luz blanca de una flauta que se desdobla en colores andinos”, su final es un motivo que se pierde en la distancia, en la circularidad de su propio gesto:
Terminé la obra en el año 2011, y llegó el momento de pensar en el estreno. ¿Qué se sentiría tocar mi propia música en concierto? Es algo que nunca había hecho, pero de alguna manera es lo que siempre había querido hacer. Ese mismo año, estrené la obra primero en la ciudad de Krefeld (Alemania) y luego en Lima (Perú).
Fueron dos momentos cruciales para mí, en que sentí que empezaba, por fin, a acercarme a mi verdadera identidad como músico. También ese mismo año, tuve la suerte – gracias a la confianza del director peruano Miguel Harth-Bedoya – de aceptar una oferta de publicación para “Prisma” en la editorial Filarmonika, donde aún se encuentra publicada el día de hoy.
Ya han pasado más de diez años desde el momento que supe que me dedicaría a la composición, y esta obra es testigo de este primer impulso. Desde entonces, he escrito más de treinta obras con los más diversos formatos e inspiraciones, entre ellas mi primer concierto para flauta y orquesta – “Relato Chimú” – que tuve el agrado de estrenar también en mi ciudad natal, ocho años después que “Prisma”.
Tengo en mi catálogo ya varias otras obras para flauta sola; “Tuhuayo”, que explora la figura de un ave de la selva peruana, “Prelude and Toccata”, dedicada a mi amigo Sami Junnonen, “Tres Aires” sobre ritmos de la música costeña y una pieza para flauta alto que estoy a punto de terminar, dedicada a la flautista mexicana Alhelí Pimienta.
Sin embargo, le tengo a “Prisma” un cariño particular, y el intenso anhelo personal que dio pie a su creación hace que, de las varias obras para flauta sola que he escrito, ésta sea mi preferida.
“Prisma” está publicada por la editorial Filarmonika. Puedes comprar una copia física o digital en la página de la editorial:
https://filarmonika.com/products/prisma-for-solo-flute.
Escucha aquí dos grabaciones de “Prisma”; la grabación original del estreno, y una grabación más reciente producida por el Ministerio de Cultura del Perú.
Daniel Cueto
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Daniel Cueto es un compositor y flautista peruano. Sus obras han sido descritas como una “hábil fusión de ricas melodías y ritmos peruanos con una elegancia contemporánea, creando un estilo propio que es atractivo y accesible tanto para los intérpretes como para los oyentes”. A la fecha, su música ha sido interpretada en diecinueve países, entre ellos Alemania, Francia, España, Reino Unido, Malta, Argentina, Brasil y EEUU.
Da questa musica traspare tutta la profondità e la spaziosità dell’anima andina.
Complimenti per l’articolo e le composizioni, molto suggestive!
Onorio Zaralli
Muchas gracias, Onorio! Me alegra mucho tu comentario. Saludos!