Perfeccionismo y Compasión en la práctica del Músico

por Francisca Fernández

Incorporar la idea de compasión en el campo de la práctica musical, es un desafío por distintos motivos. En primer lugar, por siglos ha existido la idea del artista “sufriente” que sacrifica su vida, acepta estoicamente vivir con lesiones y vive en una situación precaria en el plano material. Entre películas y casos de la vida real, ejemplos sobran. En lo que he visto trabajando con músicos y en mi propia experiencia siendo músico de carrera en algún momento, el asunto amerita un cambio de paradigma en relación con la práctica.

Hasta hace un par de décadas, había un convencimiento generalizado que a más cantidad de horas de práctica se podían predecir mejores resultados; muchas veces, la práctica era en “piloto automático” pero sumaba horas, y eso valía. Propongo entonces un nuevo paradigma, basado en reemplazar el criterio de cantidad por el de la calidad, una práctica menos mecánica pero más consciente.

Por otro lado, y a propósito del punto anterior, proliferaban las lesiones, los trastornos del ánimo y los músicos que experimentaban una sensación de vacío y falta de bienestar. Muchas veces, padecer cualquiera de estos, era signo de estatus. Propongo entonces, cambiar el criterio de normalización de las lesiones y la precarización de cualquier tipo, por uno donde se privilegie el autocuidado y bienestar. 

Desde mi punto de vista, aquello que ha sostenido estos paradigmas en el tiempo, es la noción de perfección. Es verdad, las entregas artísticas están ligadas a “lo sublime”, a ese “pedacito de cielo en la tierra”, a conectar a los otros con algo incluso divino, pero lamentablemente, muchas veces para que otros logren esta conexión, a los artistas nos toca conectar con una realidad compleja, que tiene poco o nada de cielo.

La idea de lo perfecto es como un espejismo en medio del desierto: a medida que percibimos que nos acercamos, se aleja, porque es una ilusión creada por nuestra mente, forzada por un deseo o una necesidad intensos. Se aleja porque no existe, es una trampa, provoca una ilusión de cercanía que nos lleva a seguir avanzando aunque sea a costa de nuestra propia salud y bienestar.

Para el psicólogo Gonzalo Brito Pons “el cultivo de la compasión implica reconocernos como seres vulnerables que enferman, envejecen, mueren y están expuestos a una infinidad de maneras de sufrir”; esto como punto de partida, pues lo que sigue, es desarrollar una sensibilidad a ese sufrimiento y ser activos en nuestro actuar para prevenir que ocurra o disminuirlo en caso que sea inevitable.
Pensando en esto, he desarrollado algunas estrategias que enseño a mis consultantes para incorporar el cultivo de la compasión en los espacios de práctica.

Tener objetivos concretos que se expresan en metas mínimas y realistas.

Nos pasa a todos, llegar a cada práctica teniendo en mente aquel gran logro que obtendremos; o el opuesto, llegar sin tener ninguna meta clara. En el caso de la primera, corremos el riesgo de salir frustrados, sentir que la práctica no valió la pena, y así alimentar el círculo de la desesperanza y la procrastinación ¿para qué hago esto si no obtengo resultados?

En el segundo caso, si no tenemos ninguna expectativa específica, estamos esperando que la práctica nos sorprenda, que “pasen cosas”, que haya magia. Si nada de esto ocurre, corremos el riesgo de pasar la práctica en forma automática y experimentar una sensación de vacío posterior.

Si ponemos metas mínimas y realistas, es más probable que las podamos cumplir, y así tendremos esa maravillosa sensación que nos encanta a los seres humanos, y se llama “avanzar”, aunque sea a pasos pequeños.

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Estar abiertos y dispuestos a la sorpresa. Practicar la aceptación.

Ser flexibles, soltar el control, entender que la práctica nos puede sorprender para bien y también para mal. Algo que mis consultantes suelen traer como motivo de trabajo, tiene relación con el sonido. Muchos músicos plantean que cuando hay realmente un problema que los hace sentir amenazados, es cuando perciben que “pierden” el sonido, o que por algún motivo el sonido “no está”. Esto lleva a que se active un mecanismo que pareciera amplificar esta situación, un sesgo, y seguimos intentando por el solo hecho de no aceptar aquello que está ocurriendo. En ese no aceptar la situación así como se nos está presentando y seguir insistiendo (presionando), aquello que queremos lograr sólo se nos aleja, con la consecuente frustración por nuestra parte.

¿Qué pasa entonces? que otras áreas que podríamos haber trabajado, luego de haber aceptado que había una que no andaba bien, también se nos alejan, porque estamos analizando nuestra práctica desde el lente de la frustración y la imposibilidad… ¿y esto dónde nos lleva? a cambiar el foco, a mirar el teléfono, a buscar qué podemos hacer que sea menos doloroso emocionalmente que la práctica en ese momento.

Tener claro que a veces para avanzar es necesario retroceder.

La imagen del arquero aplica aquí. La idea que a veces para avanzar con mayor determinación, fuerza y velocidad, es necesario retroceder un poco, como quien toma un impulso, teniendo en cuenta además, que en ocasiones retroceder puede ser mejor que estancarse.

Podemos plantearnos como una oportunidad el acto de retroceder. Para revisar los pasos dados, para asegurar un pasaje, para analizar una decisión y modificar algo o reafirmarla. A veces avanzamos en términos de práctica, pero sin una dirección clara, en esos casos es preciso retroceder para dar una nueva mirada a nuestro avance, a la luz de alguna meta más precisa o de alguna sugerencia externa.

Desde mi punto de vista, retroceder es de humildes y de valientes. No es una decisión sencilla, pero puede dar frutos si lo hacemos en forma consciente y no nos quedamos enganchados en el hecho (incómodo psicológicamente) de “volver atrás”. 

Ser sensibles a aquello que pondremos de nosotros en la pieza.

Lo pregunté hace un tiempo en un foro, y varios músicos profesionales me sorprendieron con sus respuestas. La pregunta fue esta: si tuvieras la masterclass de tu vida y, luego de tocar, el maestro se acerca y te dice ¿qué hay de ti en esta obra?
Ante esta pregunta, la mayoría no supo qué responder. Me quedé perpleja, pensé realmente que sería algo sencillo, y muchos escribieron diciendo que se vieron en aprietos. Creo que a la base de esto está la idea que preparamos la obra negando una parte nuestra; ponemos a disposición nuestra técnica, el sonido, la búsqueda de precisión en distintos aspectos. Tenemos claridad de aquello que ponemos desde nuestro hacer, pero parece que nos confundimos al momento de pensar en qué de nuestro ser estamos imprimiendo en la música. La técnica nos lleva a poner un foco en la perfección, mientras que aquello que tiene que ver con nosotros nos abre el espacio a lo compasivo, porque para conectar con una obra, al igual que con las personas, es preciso exponer nuestro lado más vulnerable.

En un estudio realizado hace algunos años, se vio que aquellos músicos que el público percibía como más conectados, con una interpretación más valiosa, eran aquellos que habían reportado desarrollar algún tipo de actividad que los llevaba a desarrollar un mayor conocimiento y/o conexión consigo mismos.
Se trata de un intangible que aportamos a la obra y a nuestro toque, necesario para llevar la música “más allá”. Honrar la pieza y el compositor trascendiendo aquello que está escrito. Imprimir nuestro sello, y tener una idea de cuál es. Conectar con uno mismo abre la puertas para conectar con otros.

No poner todos los huevos en la misma canasta. Parametrizar.

Solemos evaluar nuestra práctica de dos formas. Por un lado, de manera global, intentando comprender cómo ha sido nuestra práctica en su totalidad, y esto normalmente lo hacemos en base a una sensación. Por el otro, lo hacemos en base a las obras estudiadas, lo que puede introducir un sesgo basado en la cantidad y no en la calidad. Propongo que hagamos una evaluación parametrizada de nuestra práctica ¿cómo? analizando por parámetros cada uno de los aspectos que componen nuestro toque. Pero cuidado con esto, la idea no es “desmembrar” cada espacio de práctica, sino más bien tener claridad en nuestra mente sobre qué aspectos nos dan una retroalimentación respecto a los parámetros que hemos fijado.

Lamentablemente, a la hora de analizar nuestra práctica, involucramos de forma automática algunas creencias irracionales. La generalización y la minimización son las más comunes. Mientras que la primera nos lleva a teñir toda una experiencia basándonos en algo muy específico, una sensación o una emoción, la segunda nos puede llevar a otorgar escaso o nulo valor a ciertos aspectos positivos. De esta forma, a veces con el fin de “castigarnos” como un “aliciente” para seguir adelante con nuestro trabajo, dejamos fuera de forma consciente o inconsciente aquello que ha constituido un logro en el marco de nuestra práctica. También podría tener relación con un tema de “merecimiento”, no merecemos encontrar ni una sola cosa buena si toda la práctica no ha sido perfecta.
Cuando tenemos claros los parámetros mediante los cuales evaluaremos nuestra práctica, aumentamos nuestras posibilidades de corregir de forma más eficiente aquello que no está bien, así como reforzarnos por los logros o aquello bueno que hemos percibido. Esto también tiene relación con las metas mínimas y realistas que planteaba en el primer punto.
Como dice Rick Hanson “los seres humanos tenemos velcro para lo malo y teflón para lo bueno” y al analizar nuestra práctica, esto se hace especialmente evidente.

Identificar los momentos “ancla” dentro de la obra o estudio. Grounding.

Por lo general, solemos marcar los momentos críticos en nuestras partituras; los que requieren más estudio, trabajo lento, trabajo con afinador o metrónomo, pero pocas veces (o nunca) marcamos aquellos pasajes que nos gustan. Estos últimos, representan un impulso anímico dentro de la obra lo que, a su vez, desencadena la secreción de químicos a nivel cerebral, que nos reconfortan, nos alegran, nos emocionan, disminuyen nuestro estrés o ayudan a que las malas sensaciones pasen a segundo plano. A estos los he llamado momentos “ancla” y animo a mis consultantes a marcarlos en sus partituras para que se dispongan a ese gozo, a ese momento, cuando tocan una obra.

Cuando experimentamos un estrés sostenido, nuestro cerebro entra en “modo alerta”, se siente amenazado, y aumentan los niveles de cortisol (hormona del estrés) que nos preparan para una respuesta inminente. Identificar estos momentos ancla dentro de una obra y experimentarlos de forma consciente, nos puede ayudar a disminuir o al menos compensar los niveles de la hormona del estrés, mediante la secreción de hormonas de la felicidad (serotonina), el logro (dopamina), la conexión (oxitocina) y la calma (endorfinas).

Tener el foco puesto en mi relación con la obra y no en mi relación con el profesor/a

Desde el momento que comencé a ver esto, resultó ser iluminador para mí y para los colegas con quienes lo he comentado. Lamentablemente, muchos estudiantes de música estudian desde la idea de “no frustrar al maestro”, lo que algunas veces eclipsa nuestro real interés en la obra, en nuestro estudio o incluso en la música.
Hay profesores que, ya sea por su carácter o por su metodología, usan su contento/descontento o incluso su estado de ánimo, como una forma de tasar el nivel de estudio y progreso de sus alumnos, y así se los hacen sentir. Como consecuencia, los alumnos se vuelven hipersensibles a los gestos de sus maestros (movimientos de ceja, forma de respirar, forma de caminar, carrasperas, por ejemplo), y sus clases se convierten en un esfuerzo insano por evitar todo aquello que les muestra que el maestro no está conforme con lo que está escuchando. Los niveles de cortisol aumentan, las posibilidades de entregar un buen resultado disminuyen, y se desata un proceso de vergüenza y desconexión. 

Felizmente, estas son formas que han ido cambiando, pero pienso que como profesores tenemos la responsabilidad de mantenernos monitoreados en relación a esto, y transmitir a los alumnos que el compromiso final es con la música, no con el profesor. Practicar la asertividad en la comunicación con nuestros alumnos es algo fundamental para que crezcan musicalmente, libres de ataduras ajenas o heredadas que tienen que ver con la historia desde la que cada uno nos enseña. Enfatizar esto a los alumnos también es muy importante.

Cultivar una relación amorosa con el crítico interno ¡háblate bonito!

El crítico interno es aquella voz que la mayoría de nosotros tiene incorporada, con mayor o menor presencia, con más o menos volumen. Tristemente, esta voz que podría acompañarnos de forma constructiva y amable, con el fin de ayudarnos a mejorar en distintos aspectos, normalmente actúa como un tirano, llevándonos a experimentar mensajes negativos, dañinos, y por supuesto nada constructivos.
Para peor, en algunos casos, esas voces se han construido e instalado a partir de voces externas, como las de padres y/o profesores, lo que hace que tomen mayor fuerza, pues son una voz “con autoridad”. En mi trabajo, y en mi propia experiencia como flautista, he visto cómo esta voz habita en cada perfeccionista, opera como su alimento, y de alguna manera podemos hacernos adictos a ella. Porque si no está presente, curiosamente, sentimos que algo no está bien.

El trabajo en relación con estas voces es complejo y en ocasiones implica “desmontar” un sistema que ha sido cuidadosamente aceitado con el paso de los años y nuestra experiencia desde estudiantes a músicos profesionales. Herramientas como el mindfulness nos pueden ayudar a tomar consciencia de estas voces y aprender a relacionarnos de forma más sana con ellas. Un primer paso para identificarlas es notar cómo nos hacen sentir y si las experimentamos como un “otro” que está hablándonos desde dentro.

Estas son algunas de las estrategias que trabajo junto a los músicos que llegan a mi consultorio, muchas veces abrumados por el perfeccionismo y consumidos por una ansiedad y una incomodidad que han dominado sus carreras. En muchos de estos casos, han sido derivados por profesionales de la salud física, debido a que experimentan lesiones o trastornos crónicos relacionados con el dolor, que les impiden llevar sus carreras adelante. El cuerpo ha puesto un límite o ha enviado un mensaje que ha dejado ver formas de funcionamiento poco sanas a nivel emocional, que repercute en el sistema en su conjunto 

Los animo a estar atentos a estas estrategias en sus momentos de práctica. Comiencen por una, tomen la que quieran o sientan que puede estar más a la mano de su realidad, o que creen más necesaria en este momento. Incorporar una visión más compasiva de nuestro trabajo se inicia con un cultivo, con semillas de compasión, iniciando un camino que es preciso recorrer de forma paciente y esperanzada. Sin prisa, pero (ojalá) sin pausa.


Francisca Fernández

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Francisca Fernández es psicóloga por la Universidad de Los Andes (Chile), Fellowship Diploma in Flute Performance por The London College of Music (Reino Unido) y Diplomada en Arte, Desarrollo Personal y Bienestar Compartido por la Fundación Somos Polen (Chile). Es Instructora en Mindfulness y Equilibrio Emocional (programa MBER) y está formada en Terapia Centrada en la Compasión por el Instituto Cultivar la Mente. Está certificada en Essentials of Performing Arts Medicine por la Performing Arts Medicine Association (Estados Unidos) y es miembro del Performance Health Care Committee de la National Flute Association de Estados Unidos. 

Posee experiencia como flautista profesional en Orquesta así como Música de Cámara en Chile y en Perú, y ha sido docente de la Facultad de Artes Escénicas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. El año 2016 creó la plataforma @unanuevaflauta con el objetivo de acercar temas como la salud mental y el bienestar a los músicos, poniendo herramientas de autocuidado a su alcance. Hoy la plataforma tiene presencia en Chile, Perú, Argentina, México, Colombia y Estados Unidos, y cuenta con talleres a disposición de grupos de músicos así como instituciones formadoras y profesionales. También ofrece espacios de atención online a músicos de todas las edades y niveles. El trabajo de @unanuevaflauta tiene como objetivo el cuidado del músico desde la mirada de la compasión, teniendo como ejes la salud física y mental, su aporte a la sociedad y el bienestar general.